
Cuando yo era pequeño, sólo existía una persona en mi vida, mi gran amor: mi madre.
Cada mañana, cuando ella se iba a trabajar, yo me agarraba a sus piernas y a la puerta llorando, implorando que no se fuese. Ocho horas sin verla me parecían un infierno. Tan mal me ponía, que a veces ella se iba tan triste como yo o más.
Sin su beso de buenas noches yo no era capaz de pegar ojo.
El motor para esforzarme en el cole era saber que a ella se le iba a iluminar la cara al ver mis notas.
Teníamos una conexión increíble. Con el tiempo se convirtió en confianza. Los dos hemos usado el hombro del otro para llorar muchas veces.
Sin duda yo era un Edipo de pura cepa.
Pero con el paso del tiempo, con la adolescencia, con mis 18 años y mis deseos de abrirme al mundo, de conocerme mejor y de saber lo que quería hacer con mi vida, mi madre pasó a un segundo plano.
Ella debió notarlo, porque nuestra relación comenzó a enfriarse. Las discusiones y reproches aparecían ahora donde antes solo cabía la armonía y la complicidad.
Hoy en día nuestra relación sufre altibajos considerables. Pero rara es la semana que no discutimos por algo. Y me duele.
Por supuesto, es un proceso normal. Conforme creces, desarrollas tu personalidad, tu carácter y te expones más a chocar con la gente con la que convives.
Pero aún así, no entiendo por qué a veces acabamos gritando cosas sólo para ver quien hace más daño al otro...
Ayer, después de varios días sin hablarnos más que lo justo, discutimos de nuevo y lo arreglamos.
Fue muy tierno porque al final me dijo con ojos llorosos que si la acompañanba a comprar para hacer algo juntos. Se me cayó el alma a los pies jeje....no puedo verla llorar sin que algo dentro de mí llore también.
Estas cosas me hacen reflexionar.. Es un tema recurrente, lo sé, pero ¿por qué nos complicaremos tanto la existencia discutiendo con la gente que más queremos? ¿Se puede evitar?
¡Yo lo voy a intentar!